Aunque el proyecto de ley sobre etiquetado nutricional se hundió en el Congreso de la República, es necesario para contribuir a una Colombia más saludable. También se requiere que la producción y el consumo sean responsables.
Jhon Jairo Bejarano Roncancio
Especial para Diario del Huila
El acceso a una información necesaria para fomentar entornos alimentarios saludables y prevenir enfermedades no transmisibles es el eje central del proyecto de ley 214 de 2018, conocido como “ley de la comida chatarra”.
Durante el tránsito para su aprobación el proyecto sufrió algunas modificaciones no contempladas por su ponente, con una pérdida parcial de la orientación preventiva formulada en un principio, y finalmente su sanción se detuvo en el Congreso de la República por otros debates presentados en la Comisión Séptima de la Cámara de Representantes.
Algunas organizaciones civiles y otros actores ciudadanos y académicos han realizado grandes esfuerzos de movilización solicitando que se implemente una ley que regule, especialmente, el rotulado de comestibles en Colombia.
Su interés colectivo se fundamenta en que el consumidor tenga una información clara, con una alerta rápida y sencilla por medio de etiquetas frontales que le dé herramientas para escoger alimentos saludables y hacer una compra segura que proteja su salud.
Como antecedente, la ley 1355 de 2009, “por medio de la cual se define la obesidad y las enfermedades crónicas no transmisibles asociadas a esta como una prioridad de salud pública y se adoptan medidas para su control, atención y prevención”, comprometió al Estado –en especial al Ministerio de Salud y Protección Social– a formular estrategias para promover una alimentación saludable, regular las grasas trans, hacer un etiquetado para contenidos nutricionales y calóricos, además de publicidad y mercadeo de alimentos y bebidas en medios de comunicación, entre otros.
Aunque durante los últimos años varias de ellas se han implementado, todavía existe una deuda frente al rotulado nutricional, que no ha sido efectivo desde la formulación de la Resolución 333 de 2011.
Esta norma, “por la cual se establece el reglamento técnico sobre los requisitos de rotulado o etiquetado nutricional que deben cumplir los alimentos envasados para consumo humano”, a pesar de su intención voluntaria como propuesta informativa para proteger la salud humana, no brinda un método práctico para que en los empaques de los comestibles se agregue un detalle del contenido nutricional en el que el comprador identifique los nutrientes más importantes como oferta saludable.
Entre la publicidad y las calorías
Desde un análisis de seguridad alimentaria y nutricional, la transformación industrial de algunas materias primas con adición de altos niveles de azúcar (identificados con diferentes nombres químicos y comerciales), sal/sodio, grasas saturadas, con un alto poder energético medido por las calorías que aporta, pone en entredicho la identidad de un verdadero alimento porque el consumidor puede clasificarlo –por la fuerza de compra de la publicidad de este tipo de comestibles– como un integrante de su dieta en la canasta familiar.
Sin embargo, al analizar las guías alimentarias basadas en alimentos (Gaba), generadas por el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF), no hay un grupo en el que se puedan clasificar estos comestibles.
Pero, ¿qué es un etiquetado o rotulado nutricional? La misma Resolución 333 lo define como “toda descripción contenida en el rótulo o etiqueta de un alimento destinada a informar al consumidor sobre el contenido de nutrientes, propiedades nutricionales y propiedades de salud de un alimento”. En la etiqueta o rótulo la empresa que produce el comestible o la bebida debe declarar los nutrientes que contiene, en una tabla de información nutricional que recomienda dicha norma.
En América Latina la evolución alrededor de este tema ha sido bastante controvertida: por una parte están las ventas y el consumo de este tipo de comestibles y bebidas –que son las más altas en el mundo–, el cual se complementa con la evidencia científica que afirma que, consumidos regularmente, los ingredientes críticos como el azúcar, la sal y las grasas saturadas añadidas (se incluyen también algunos aditivos) en los productos industrializados generan un impacto negativo en la salud de la población, y se expresa en una ganancia de peso progresiva, hasta llegar a la obesidad y en la aparición de enfermedades crónicas como la diabetes y la hipertensión arterial, por mencionar algunas, además de sus complicaciones, sin desconocer una publicidad que estimula compra y consumo.
Por la otra parte está la industria, que refiere su derecho a la libertad de empresa y argumenta que la población colombiana es muy sedentaria y esa falta de actividad física repercute en su peso corporal.
En este punto es necesario hablar de la función social de las empresas que interpretan el objetivo de desarrollo sostenible (ODS) “producción y consumo responsables” –propuesto por la Organización de las Naciones Unidas (ONU)– como un compromiso de agenda pública en cada país, incluyendo el uso controlado de ingredientes críticos además de la información que se le suministra al consumidor con la publicidad de un producto en diferentes medios de comunicación y canales de comercialización, hasta el rotulado.
Esta responsabilidad se debe precisar en la voluntad política que no solo viene del Estado sino de muchos otros escenarios escolares y laborales en los que la gobernanza y la gobernabilidad parten de las acciones de bienestar interno que puede ejercer cambios saludables.
Por ejemplo es común ver en las universidades, clínicas, hospitales, y en las empresas en general, los dispensadores (vending) que ofrecen comestibles con un pobre perfil nutricional, y en ocasiones son la única opción, por lo que condicionan su compra, de ahí que una decisión corporativa impacta positivamente en la población usuaria.
Restaurantes saludables
Otro espacio crítico es el sector gastronómico, en el que la cantidad (porción) de alimento/preparación que se vende o suministra está orientado para un consumo hedónico (por placer) y no ideado desde su contenido nutricional.
No es un secreto que la gastronomía colombiana, además de ser muy atractiva y de alta rotación comercial, es alta en calorías, grasas saturadas, colesterol y, en ocasiones, sal. Algunos platos típicos que cumplen con este patrón son la bandeja paisa, la lechona, la fritanga y los tamales.
En este último aspecto, el Ministerio de Salud y Protección Social trabaja en la estrategia de restaurantes saludables desde una mesa técnica del sector gastronómico, en la que participan especialmente la industria gastronómica, las empresas de servicios de alimentación y la academia, con el objetivo principal de normalizar procesos para controlar ingredientes críticos, porciones y uso de materias primas naturales, integrando otras estrategias de promoción de la salud formuladas por el Ministerio, además de la normatividad para el sector. Considero que también podrían tener un etiquetado de alerta en el menú.
En resumen, todas las estrategias, acciones y compromisos de los diferentes sectores, apuntan a un solo objetivo: tener una Colombia saludable.
Íconos de alerta
Para una población que lee poco, como la colombiana, la forma más efectiva de llevar un mensaje de promoción de buenas prácticas en compra y consumo para las antiguas y nuevas generaciones es la semiótica visual, aquella que utiliza íconos para fortalecer la comunicación, como el etiquetado frontal de advertencia implementado en Chile y Perú, que utiliza octágonos negros con una información sencilla: “Alto en calorías”, “Alto en azúcares”, “Alto en sodio o sal”, “Alto en grasas saturadas”. Esta comunicación se debe implementar paralelamente con un plan de educación alimentaria y nutricional.
Por otra parte, no podemos olvidar que existen productos artesanales y hasta orgánicos que también requieren de este tipo de etiquetado; así mismo se deben analizar los amasijos (buñuelos, almojábanas, pan de bono), los productos mixtos fritos como las empanadas y pasteles de yuca, y las preparaciones que se expenden en espacios públicos como las pizzas, las hamburguesas, los perros calientes y la avena.
* Profesor titular del Departamento de Nutrición Humana, coordinador Académico de la Carrera Nutrición y Dietética de la Facultad de Medicina, Universidad Nacional de Colombia
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